Si hay algo que me produce un placer indescriptible, es saber que mis alimentos son de producción local. Me encanta la idea de volver a los circuitos cortos y a esa sensación antigua de compra de barrio, cuando uno conocía al casero de las verduras, al panadero, al lechero. Por mi infancia ligada al campo y el sur, tengo muchos recuerdos de ese estilo, y hoy en la gran ciudad trato de buscar alternativas que me sigan acercando a esas memorias.
¿Pero, qué significa comer local?
Esta es una pregunta compleja y no hay mucho consenso al respecto. Cuando hablamos de productores locales, es importante considerar que no existe una definición estándar que determine cuando un productor es local o no, por lo que seguramente nos vamos a encontrar con muchas aproximaciones diferentes.
Una aproximación clásica es en relación a los kilómetros de distancia que existen entre el productor y el consumidor, pero aquí también es difícil determinar el radio. Hay organizaciones que hablan de máximo 50 kms a la redonda, otras de los 100k y otras que amplían el rango a 200 o incluso 300 kms de distancia. Todo va a depender de dónde nos encontremos. Si estamos en los valles centrales de Chile, seguramente será más fácil encontrar productores locales en un rango de 50kms alrededor nuestro, pero si estamos en Puerto Natales, sin duda eso será mucho más complejo, y ahí un productor local puede considerarse como uno dentro de la región o incluso la macro zona Sur-Patagonia.
Por mi lado, me quedo con la definición que plantea Michael Pollan, quien considera que un sistema de producción local no depende tanto de la distancia a la que se encuentre el productor, sino más bien al enfoque de apoyo a la economía regional de la zona donde se encuentre la empresa o el consumidor, y al fortalecimiento de una producción agrícola que contribuya a mantener las tradiciones alimentarias del lugar y las variedades de especies nativas. Cuanto sabe Michael.
Comunidades más resilientes
Comprar en tiendas de barrio o a productores locales tienen muchos beneficios y efectos positivos. De partida los comercios locales son fundamentales para la salud de nuestras comunidades. Son puntos de encuentro para las personas que habitan un determinado sector, y con la compra regular se forjan lazos de amistad y complicidad más allá de la simple transacción económica. Cuando le ponemos cara a quienes nos proveen de alimentos u otros productos, construimos una sociedad basada en la confianza y la cercanía, y nuestra comunidad se vuelve más resiliente gracias a las redes que se van forjando.
Muy distinto es lo que pasa hoy, especialmente en muchas zonas urbanas, donde las grandes cadenas de supermercado se han convertido en verdaderos monopolios de la compra, caracterizados por el anonimato, la frialdad de sus pasillos y esa falsa abundancia que nos genera su abastecimiento homogéneo a lo largo del año. Con este modelo se nos hace cada vez más difícil distinguir qué productos son locales o estacionales, y quiénes están detrás de lo que consumimos.
Menor impacto ambiental
Los pequeños comercios locales suelen también consumir menos recursos que las grandes tiendas, ya que no necesitan congeladores, aire acondicionado, luces día y noche, y también generan menos residuos. Esto último en especial si te abasteces de productores que además traen sus productos a granel, o siguen una lógica de circuito corto, del campo directo hasta tu casa.
En relación a esto último, cuando consumimos localmente estamos aportando a que los viajes de distribución entre el punto de producción y el de consumo sean más cortos. Lamentablemente la tendencia global nos muestra que las distancias recorridas por los productos van en aumento cada año. En especial la agricultura y la alimentación son responsables de alrededor de un tercio de todas las mercancías transportadas alrededor del mundo, y es por eso que hoy los productos hechos en China o las frutas a contra estación son cada vez más comunes en las salas de los supermercados, y ni siquiera nos detenemos a pensar por qué.
Este tema del transporte excesivo no sólo se da a nivel internacional; también ocurre dentro de las economías nacionales, en especial bajo el modelo de hipermercados centralizados que tenemos en Chile. Las frutas y verduras que se cultivan en una zona a menudo son transportadas por cientos de kilómetros hasta la bodega de abastecimiento central de alguna cadena de supermercados, donde se clasifican y luego vuelven a ser despachadas a los supermercados regionales para su venta. Así, una frutilla que se cultivó en la Cuarta Región por ejemplo, puede viajar hasta 1.000 kilómetros antes de que una persona de La Serena la compre y se la coma. Absurdo, ¿no?
Comprar en tiendas locales también nos ayuda a ahorrarnos el viaje en auto. Si tenemos un barrio con un comercio local activo podemos ir caminando o en bicicleta y abastecernos regularmente de productos más frescos.
La forma en que compramos importa
Comprar productos locales ayuda a evitar todos estos impactos ambientales innecesarios, y hoy es más relevante que nunca replantearnos las formas en que consumimos para cambiar este modelo que nos tiene sumidos en el más grande desequilibrio planetario alguna vez visto.
Comer local nos asegura volver a comer al ritmo de las estaciones y nos ayuda a reconectar con los ciclos de la naturaleza. Esta forma de alimentarnos nos conecta con el lugar de donde vienen nuestros alimentos y con quien los produce; nos conecta con la tierra y con nuestro cuerpo, con los períodos de escasez y abundancia, y nos recuerda que somos parte de la naturaleza, por lo que esos ciclos también nos afectan.
La fruta y verdura que ha madurado en la planta es siempre la más sabrosa y la más nutritiva. El dulzor de la fruta, sus jugos y su textura están en el momento perfecto cuando se cosechan en la estación, por lo que la experiencia sensorial de comer algo así es inigualable. Además, los nutrientes están en su máximo nivel, y comienzan a decaer una vez que la fruta es cosechada, así que mientras antes te la comas, mejor.