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Más de dos meses han pasado desde mi último post. Para los que recién se vienen incorporando a este blog, les cuento que lo tuve en pausa ese tiempo por un proceso de rediseño y cambio de look. Después de más de dos años con el antiguo formato empecé a sentir que necesitaba algo diferente, así que no lo dudé mucho y me embarqué en este proyecto que ha sido muy entretenido.

Dio la casualidad además, que al mismo tiempo que empecé con la renovación del blog nos entregaron el departamento que compramos y empezamos también un proceso de remodelación interno, con una arquitecto, maestros, y muchas horas dedicadas a buscar patrones de decoración y estilos para el nuevo hogar. Aún nos falta el cambio de casa y la movida definitiva al departamento nuevo, pero estamos felices con este gran paso.

Además, cambié look personal, me corté chasquilla y renové guardarropas para esta temporada de otoño invierno, así que estos últimos meses han sido un proceso realmente entretenido y con muchas cosas nuevas.

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Reconozco que los cambios me gustan. De hecho, puedo decir que me fascinan y que necesito un cierto grado de cambio constante en mi vida, sino entro en crisis. Cuando era más chica creo que esta necesidad de cambio constante me pesaba un poco; sentía que no tenía vocación por algo especial, porque me gustaban muchas cosas, y sentía que quizás nunca iba a poder concretar algo, porque a medio camino me aburría de todo. Pero hoy es una parte de mi que acepto, respeto, atiendo y me gusta.

Creo que la primera vez que escuché y atendí (sin culpa) esa necesidad de cambio fue cuando decidí irme a vivir sola a Londres con 23 años. La razón de ese viaje sin ticket de retorno era precisamente experimentar las infinitas posibilidades de caminos que te da la vida en este mundo, y ver cuál se cruzaba conmigo. Darle rienda suelta al cambio constante, a descubrir algo nuevo cada día, a conocer personas diferentes, probar sabores nuevos, viajar por el mundo entero hasta llegar a sentirlo como algo tangible y cercano. Fueron seis años increíbles, llenos de aventura y aprendizajes.

Pero también mucho cansancio. El cambio agota y eso es algo que aprendí hacia el final de los seis años en Londres, cuando estuve de viaje constante durante seis meses en países repartidos por tres continentes. Volver a Chile después de ese periplo era lo que más añoraba en ese momento, aún cuando subsistía un temor latente por el regreso definitivo a casa y la monotonía que podría vivir acá. Pero era lo que necesitaba entonces.

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Estos dos años que han pasado desde que volví a Chile han sido bien especiales. El 2012 fue el año del goce, de volver a descubrir todo lo que me gustaba de acá, me encontré con el amor y lo pasé increíble. Hasta que vino el reality check del 2013, la nostalgia de Londres, las dificultades del regreso y una de las crisis más fuertes de mi vida, sin lograr entender nada de nada de lo que me pasaba. Fue entonces cuando estas palabras de Fernando Savater en referencia a Claudio Magris me hacían todo el sentido del mundo:

 «El regreso a casa es la parte más difícil, más preciosa e incluso más arriesgada del viaje, nos dice Claudio Magris. Porque es en la casa propia donde se juega la gran apuesta, la capacidad de gozar de la vida sabiéndola irrepetible y frágil; es en casa donde hay que demostrar la difícil destreza de conseguir felicidad y sobre todo de ser capaz de darla, es ahí dónde logramos crecer a través del coraje o nos encogemos en los espasmos menguantes del miedo. ¿Qué aporta el viaje a la casa propia, según Magris? El descubrimiento de que es imposible que la consideremos realmente «propia», es decir como algo separado y cortado del resto infinito del universo. Es sólo un albergue provisional, que dura una noche o toda la vida y que debemos habitar con respeto y gratitud. Porque a través del viaje hemos aprendido el sentido originario de esa hermosa palabra, «cosmopolita», que tanto irrita a los nacionalistas de toda laya pero que no se refiere a la superficialidad y desapego del desarraigado desdeñoso sino a una forma más rica y más amplia de fraternidad (…) Gracias al viaje nos convertimos en extranjeros para nosotros mismos.” (Revista Turia)

Hace una semana conversaba con un amigo y hacía memoria de todas las cosas que han pasado en estos dos años que llevo de vuelta en Chile. Parece que fueran más de dos años de regreso en mis tierras, por la cantidad de cosas que han pasado, los innumerables cambios (algunos elegidos y otros a la fuerza) y los intensos procesos vividos en múltiples ámbitos. Y parece que aunque uno quisiera descansar de tantos cambios, nuestra naturaleza intrínseca nos lleva a movernos en las aguas que mejor conocemos, y a estar siempre caminando sobre los limites de nuestro comfort zone, tentando al destino para ver cuándo nos caemos a ese otro lado que a pesar que nos incomoda igual disfrutamos.

Este 2014 sin duda que seguirá trayéndome cambios importantes, y espero que sea un año de esos que se disfrutan y gozan como si no hubiese mañana. So far, so good, así que por eso brindamos. Brindamos por la renovación de Ciudadana B, por el nuevo departamento, por los desafíos que se nos vienen y por todos los sueños en carpeta. ¡Salúd!

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Homemade Ginger Ale

Ingredientes

Preparación

  1. Lavar y pelar todas las ramas de jengibre. Luego cortar en rodajas gruesas y poner en una olla con 1.5 Litros de agua fría.
  2. Poner la olla a calentar a fuego alto hasta que hierva. Reducir el fuego al mínimo y dejar que hierva suavemente hasta que el líquido se reduzca a la mitad (aproximadamente media hora).
  3. Colar el jugo y reservar. Las rodajas de jengibre que sobren las pueden guardar para agregarlas a un té o saltear en las comidas como aliño.
  4. Agregar la taza de miel o azúcar al concentrado de jengibre y revolver bien hasta disolver. Yo en general prefiero las cosas menos dulce, pero si quisieran más dulzor en la bebida final, ajustar la cantidad de miel o azúcar hasta su preferencia.
  5. Dejar enfriar y reservar. Este concentrado dura hasta 10 días en el refrigerador, y es la base de una ginger ale casera.
  6. Para armar tu bebida, agrega 1/3 taza de este concentrado a un vaso sin hielo. Exprime el jugo de 1 limón directamente en el vaso, rellena con agua mineral con gas o soda gasificada, y agrega hielos a gusto. Ya tienes tu ginger ale casera, mucho más sana, natural y menos procesada que las de los supermercados. ¡Salúd!
  7. PD: Para una versión con malicia, al mismo vaso se le puede agregar un poco de pisco, ron o vodka, y queda un cocktail maravilloso!